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Texto
Que estamos en la posverdad, como declaró el Diccionario Oxford, es una noticia de ayer para cualquiera que sigue de cerca la comunicación política. La selección fue justificada según la conclusión que los “hechos objetivos” son menos influyentes que los mensajes emotivos en la política contemporánea.
Hace tiempo que se sabe que la opinión pública está fuertemente influenciada por emociones más que por hechos aparentemente irrefutables. Las campañas electorales apelan a movilizar comunidades de sentimientos más que a educarnos en la verdad o convencernos con argumentos basados en hechos sólidos y demostrables.
Clásicamente se pensó que la verdad reside en la esencia maravillosa, inescrutable de las cosas, en el Olimpo sagrado fuera de la percepción humana. Se necesitaba conocimiento, espíritu o don particular para llegar a la verdad del bien o la belleza. Siglos después, el racionalismo y el constructivismo produjeron una concepción diferente de la verdad. La verdad es propia del mundo terrenal, de la experiencia cotidiana.
Hoy día, para llegar a la verdad no se necesita poseer ninguna virtud excepcional. La realidad es una masilla moldeada según preferencias individuales. No hay verdad única, soberana, válida para todos. Tampoco hay hechos objetivos que deban ser probados o refutados para llegar a la verdad. Si sentimos que hay inseguridad pública, ninguna estadística con datos duros puede convencernos de lo contrario. Si pensamos que la pobreza disminuyó, ¿quién precisa la opinión de los expertos? La verdad suele ser un sentimiento más que el resultado de una evaluación minuciosa y pausada de los hechos.
¿Qué hacer para que la posverdad no se trague la realidad y domine el relativismo absoluto? Apoyemos instituciones interesadas en producir datos, descubrir verdades, cotejar opiniones, y chequear barbaridades. Respetemos a quienes pugnan por la verdad, buscan evidencia para sostener afirmaciones, y actúan con mesura y responsabilidad. Bajemos los decibeles del discurso más interesado en perpetuar convicciones que en comprender los pliegues de la realidad.
Internet: <www.clarin.com> (con adaptaciones).
En relación al texto, juzgue lo siguiente ítem.
La concepción de la verdad ha sufrido cambios en el transcurso del tiempo.
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Que estamos en la posverdad, como declaró el Diccionario Oxford, es una noticia de ayer para cualquiera que sigue de cerca la comunicación política. La selección fue justificada según la conclusión que los “hechos objetivos” son menos influyentes que los mensajes emotivos en la política contemporánea.
Hace tiempo que se sabe que la opinión pública está fuertemente influenciada por emociones más que por hechos aparentemente irrefutables. Las campañas electorales apelan a movilizar comunidades de sentimientos más que a educarnos en la verdad o convencernos con argumentos basados en hechos sólidos y demostrables.
Clásicamente se pensó que la verdad reside en la esencia maravillosa, inescrutable de las cosas, en el Olimpo sagrado fuera de la percepción humana. Se necesitaba conocimiento, espíritu o don particular para llegar a la verdad del bien o la belleza. Siglos después, el racionalismo y el constructivismo produjeron una concepción diferente de la verdad. La verdad es propia del mundo terrenal, de la experiencia cotidiana.
Hoy día, para llegar a la verdad no se necesita poseer ninguna virtud excepcional. La realidad es una masilla moldeada según preferencias individuales. No hay verdad única, soberana, válida para todos. Tampoco hay hechos objetivos que deban ser probados o refutados para llegar a la verdad. Si sentimos que hay inseguridad pública, ninguna estadística con datos duros puede convencernos de lo contrario. Si pensamos que la pobreza disminuyó, ¿quién precisa la opinión de los expertos? La verdad suele ser un sentimiento más que el resultado de una evaluación minuciosa y pausada de los hechos.
¿Qué hacer para que la posverdad no se trague la realidad y domine el relativismo absoluto? Apoyemos instituciones interesadas en producir datos, descubrir verdades, cotejar opiniones, y chequear barbaridades. Respetemos a quienes pugnan por la verdad, buscan evidencia para sostener afirmaciones, y actúan con mesura y responsabilidad. Bajemos los decibeles del discurso más interesado en perpetuar convicciones que en comprender los pliegues de la realidad.
Internet: <www.clarin.com> (con adaptaciones).
En relación al texto, juzgue lo siguiente ítem.
La estrategia de las campañas electorales consiste en convencer por medio de hechos comprobables.
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Que estamos en la posverdad, como declaró el Diccionario Oxford, es una noticia de ayer para cualquiera que sigue de cerca la comunicación política. La selección fue justificada según la conclusión que los “hechos objetivos” son menos influyentes que los mensajes emotivos en la política contemporánea.
Hace tiempo que se sabe que la opinión pública está fuertemente influenciada por emociones más que por hechos aparentemente irrefutables. Las campañas electorales apelan a movilizar comunidades de sentimientos más que a educarnos en la verdad o convencernos con argumentos basados en hechos sólidos y demostrables.
Clásicamente se pensó que la verdad reside en la esencia maravillosa, inescrutable de las cosas, en el Olimpo sagrado fuera de la percepción humana. Se necesitaba conocimiento, espíritu o don particular para llegar a la verdad del bien o la belleza. Siglos después, el racionalismo y el constructivismo produjeron una concepción diferente de la verdad. La verdad es propia del mundo terrenal, de la experiencia cotidiana.
Hoy día, para llegar a la verdad no se necesita poseer ninguna virtud excepcional. La realidad es una masilla moldeada según preferencias individuales. No hay verdad única, soberana, válida para todos. Tampoco hay hechos objetivos que deban ser probados o refutados para llegar a la verdad. Si sentimos que hay inseguridad pública, ninguna estadística con datos duros puede convencernos de lo contrario. Si pensamos que la pobreza disminuyó, ¿quién precisa la opinión de los expertos? La verdad suele ser un sentimiento más que el resultado de una evaluación minuciosa y pausada de los hechos.
¿Qué hacer para que la posverdad no se trague la realidad y domine el relativismo absoluto? Apoyemos instituciones interesadas en producir datos, descubrir verdades, cotejar opiniones, y chequear barbaridades. Respetemos a quienes pugnan por la verdad, buscan evidencia para sostener afirmaciones, y actúan con mesura y responsabilidad. Bajemos los decibeles del discurso más interesado en perpetuar convicciones que en comprender los pliegues de la realidad.
Internet: <www.clarin.com> (con adaptaciones).
En relación al texto, juzgue lo siguiente ítem.
La posverdad es una idea conocida para aquellos que están al día en asuntos políticos.
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